domingo, 26 de octubre de 2008

Alfabetizadores voluntarios: “La educación transforma el micromundo de cada uno”

por Anahí Lovato

Alfabetizacion
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“Hacía un tiempo que venía con ganas de hacer algo”, cuenta Alejandra Cáceres, una de las alfabetizadoras de Barrio Tablada. Lo dice mientras recuerda el día que se cruzó en los pasillos de la facultad con unos afiches del Programa Encuentro que invitaban a una reunión para alfabetizadores universitarios. “Lo que pasa es que en mi casa todos se dedicaron desde jóvenes al trabajo social, desde que mis viejos estaban en la Universidad, y hoy atienden un centro comunitario en Santa Fe. Mis hermanos también participaron siempre. Yo tenía ganas de hacer algo acá, en Rosario, y en eso me encontré con los carteles de alfabetización. Y me pareció una propuesta muy interesante. Me interesa mucho la educación, creo que es fundamental para la formación del país, y me pareció importante ayudar desde ahí”, relata.

Alejandra tiene 22, y ya lleva dos años de su vida dedicadas a la alfabetización en uno de los barrios más empobrecidos de la ciudad. Muchos de sus ex-alumnos hoy asisten a la escuela formal, y eso la llena de orgullo. Cuando empezó, hace varios meses, el asunto no parecía nada sencillo. Explica que el trabajo acercarse al analfabeto es muy difícil porque “no hay muchas formas de llegar” y cuenta que el relevamiento les llevó “un montón de tiempo”:



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Mónica y Guadalupe tienen menos de 30 años. Estudian, trabajan, y dos veces a la semana se toman un colectivo con los brazos cargados de cajas con lápices de colores, fibras y crayones. Llevan en mente la clase del día, que disfrutan de planear cada vez que tienen un tiempito. Las dos alfabetizan en Villa Banana, públicamente conocida como “la villa más peligrosa de Rosario”. Allí atienden a cuatro mujeres de edades aproximadas a los 60 años, que este año tomaron por primera vez un lápiz y un cuaderno.

“Yo siempre tuve el interés de hacer alguna actividad social, de apoyo, de ayuda social. Cuando conocí al grupo de Causa y Efecto por dos compañeras de la facultad que pertenecían. Me avisaron que a la tarde estaban haciendo actividades de alfabetización, y aproveché a sumarme”, cuenta Mónica Cabral, que conoció a Guadalupe García en los encuentros en el barrio.

En esas instancias fueron aprendiendo el oficio de enseñar, de dialogar con la gente, de aprender de los encuentros. Cuando se acercaron al equipo de trabajo barrial, no sabían nada de alfabetización. Las dos dicen que aprendieron “sobre la marcha”: “Las chicas que estuvieron alfabetizando en otros años me mostraron el material que usan, que es el que manda la Nación, del Programa Encuentro, y me explicaron cómo era la metodología que ellos usaban. También me dieron un material como para ir leyendo, pero más que nada se aprende en la práctica, en el campo”, explica, al respecto, Mónica.



En promedio, al taller de Villa Banana asisten unas cuatro mujeres. A veces se suman algunas más. Se acercaron porque las chicas hicieron un trabajo de relevamiento de analfabetismo en el barrio, y salieron a hacer las invitaciones casa por casa. “Contabilizamos unas 30 personas -señala Guadalupe- pero no todos se acercaron. Lo que sí organizamos fue una base de datos que nos permite preguntar permanentemente y volver a invitar a los que no van”.

“En estos barrios que tienen más necesidades, el analfabetismo es un problema importante, hay muchísima gente que no terminó la primaria o que ni siquiera la empezó. Muchos de los que no terminaron, no entienden hoy la necesidad de mandar a sus hijos a educarlos en la escuela. Prefieren que el chico esté dando vueltas por la calle antes que yendo a la escuela. Para alguien que nunca fue a la escuela, no es raro eso. Los mandan a limpiar vidrios o a cuidar autos, antes de mandarlos a estudiar. Es difícil hacerles entender a esos padres la importancia de la educación”, se preocupa Mónica.

“Educación” es, justamente, la primera palabra con la que trabajan los alumnos del barrio. A partir de ese término los alumnos comienzan a reconocer las vocales, y charlan y discuten sobre su significado. “Yo creo que la educación es lo que nos hace libres. Es una herramienta liberadora. Te permite descubrir otro mundo que antes no tenías. Siempre transforma la vida, no sé si transformará completamente el mundo, pero sí el micromundo de cada uno. Aprender a leer y a escribir es el primer paso por descubrir un montón de cosas”, sostiene una de las voluntarias del taller de alfabetización.

En las clases, las alfabetizadoras trabajan con el método de la “palabra generadora”, una idea de trabajo propuesta por Paulo Freire, donde la palabra sirve para disparar recuerdos e incentivar a los alumnos a trabajar.

Las alfabetizadoras piensan que los alumnos, en su mayoría mujeres, se acercan a los talleres porque muchas quieren “darle una mano a sus hijos en las tareas”. Pero sobre todo creen que lo hacen porque el taller es un espacio para ellos, para compartir:

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“Van porque es una manera de salir, de liberarse, de hacer otra cosa. Una de las razones por las que van es porque pueden charlar con otras personas –dice, por su parte, Guadalupe- No se conocen en el barrio, viven en una cápsula en su casa, y les es muy difícil entablar relaciones. La villa es un área muy desprotegida, y la gente tiene desconfianza de todo el mundo”.

Las voluntarias sostienen que la tarea de alfabetizar es un modo de devolverle a la sociedad “lo que ella nos da”, y que enseñar a leer y escribir es una forma “de sentirse útil para alguien”. Pero además, la alfabetización las llena de satisfacciones, de aprendizajes y de amigos:

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Los recuerdos con los amigos que hicieron las dejan encantadas. Mientras tanto, sobrevuela la sensación de que estar vivos vale la pena, de que siempre tiene sentido aprender, a cualquier edad, y a pesar de todo lo que se ha pasado.

¿No empieza a tener sentido eso del “granito de arena”?

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